Quiénes Somos

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Elizabeth Mayo, homónima de nuestra fundación, fue una mujer que encarnó todos los valores que consideramos sagrados. Nació en Cumaná, Venezuela, el 4 de septiembre de 1950, en el seno de una familia humilde y de escasos recursos. A pesar de sufrir muchas tragedias en su infancia, terminó el bachillerato, se casó y se trasladó a Barquisimeto, donde se estableció y comenzó su ministerio como Ama de Casa. La evangelización a través de la hospitalidad fue su vocación elegida, su llamado, habitando un profundo sentido del deber de crear un espacio, amoroso y compasivo, donde hubiera reglas y orden lejos del caos del mundo y del peligro que ella había conocido alguna vez. Aquí, la mesa era sagrada y se partía el pan, se contaban historias y los niños se reunían. Su casa era acogedora para todas las personas de buena voluntad y el olor de los dulces horneados y las cosas maravillosas creadas con el trabajo de sus manos, se elevaba en el aire y se mezclaba con la cálida charla de los que cenaban allí.

Era una mujer sin doble cara, pero no le faltaba amor, a menudo repartido con una firmeza necesaria deseando siempre hacerle bien a su invitado. A pesar de su falta de educación formal, su genio se manifestaba a través de la repostería, la pintura en cerámica y la pintura al óleo, formas de arte en las que la precisión y la exactitud fluyen de la sede de la creatividad dotada desde arriba y cultivada en su interior por respeto a su oficio. Y así vivió y sirvió durante treinta y tantos años.

Pero el libro de cuentos de nuestras vidas no está escrito por nuestra propia mano y a veces nos lleva a un lugar que no hemos elegido. ¿No es curioso cómo la vida fluye sin que nos demos cuenta y adormece la sensación de nuestra propia fragilidad hasta que una repentina ruptura en su suavidad cambia las cosas para siempre? Son las cataratas de nuestras vidas las que nos definen y marcan nuestras estaciones. En una fracción de segundo, a esta mujer, nuestra tocaya, le tocó cargar con una cruz que pocas almas tienen el privilegio de llevar cuando su médula espinal fue seccionada y La Duena de la Casa no volvería a levantarse para caminar.

Durante 24 años, Elizabeth Mayo se sometió a su cruz permitiendo que la cuidaran día y noche, la bañaran y la vistieran. Y, ciertamente, sufrió, pero este sufrimiento no fue en vano, pues de su vergüenza crecen aquellas virtudes que embellecen el alma y que tanto agradan a nuestro Dios. Y así vivió. Viajó. Vivía con alegría y amor a la vida. Y a pesar de todo, nunca dejó de ser el Ama de Casa. Respondió al fin para el Dios que la envió al mundo, y así la maestra de cocina se convirtió en maestra de enseñanza y ella terminó su curso, ganó su corona de gloria y reclamó su porción de eternidad.

El pecado de la autosuficiencia es, en última instancia, el pecado de la soberbia y su antiguo germen nos fue legado antes de la historia. La muerte y la cruz son los dos únicos caminos para vencerlo. La primera es para todos, pero la segunda está reservada a los valientes que someten su voluntad a la Suya y, al hacerlo, nos enseñan a aceptar la ayuda, con sencillez y dignidad.

En la Fundación Elizabeth Mayo, nuestra misión y nuestra visión proceden de ella, que enseñó viviendo. De hecho, todavía sentimos su obra y sus enseñanzas entre nosotros. Nos esforzamos por ser humildes, para que a través de nuestra humildad podamos aprender a servir mejor. Buscamos ser mansos, para que a través de nuestra mansedumbre, Él pueda obrar. Elegimos construir comunidad, para que a través de nuestro edificio nos convirtamos en Ama de Casas para aquellos que buscan nuestra hospitalidad. Y puede que cuidemos de un ángel en algún lugar del camino.